Noche de Paz en el Bosque

Era la Nochebuena de 1944 en Alemania. Yo tenía 12 años y estaba con mi madre refugiados en una cabaña en medio del bosque, durante la batalla de Ardenas. Pensamos que era un refugio seguro sin imaginar que se convertiría en el centro de la batalla.

Esa noche mi madre y yo nos quedamos helados de miedo al oír tocar la puerta. Cuando salimos a ver quién era, el miedo se volvió pánico al darnos cuenta de que eran tres norteamericanos… ¡Soldados enemigos! Estaban extraviados. Hace días que no encontraban su batallón y la pasaban escondiéndose de los alemanes. Se morían de hambre y uno de ellos estaba muy malherido. Rogaban por un poco de abrigo y comida esa noche.

Mi madre los invitó a entrar. Desde el primer momento asumió el rol de madre de ellos. No era difícil el mayor tenía apenas 23 años y el resto no pasaba de 18. Socorrimos al herido y luego uno de los soldados nos ayudó a preparar un asado con nuestro último gallo. Ya se podía percibir el apetitoso aroma del asado cuando llamaron nuevamente a la puerta. Imaginamos que serían otros estadounidenses.

Grande fue mi espanto. ¡Eran soldados de los nuestros! Aunque aún era un niño, estaba enterado que dar asilo al enemigo era delito de traición. También mi madre estaba asustada, pero se hizo cargo de la situación. “Esta noche es Nochebuena y tendremos la fiesta en paz. Vosotros, lo mismo que los que están ahí dentro, podríais ser hijos míos”. Finalmente logró que, inmutados, entregaran sus armas. Así quedaron los alemanes y norteamericanos juntos, pero penosamente distanciados en espíritu dentro de un ambiente de tensión que poco a poco se fue disipando.

Cuando nos disponíamos a cenar, el soldado malherido empezó a quejarse. Entonces uno de los alemanes estudiante de medicina se acercó sin que nadie se lo pidiera, y lo auscultó. Lo tranquilizó diciendo que felizmente el frío había impedido la infección de la herida, pero tenía que comer mucho y bien, pues había perdido demasiada sangre.

Así, empezó a reinar una confiada tranquilidad. Uno de los alemanes sacó una botella de vino de su mochila. Otro tenía un pan de centeno. Mi madre sirvió todo eso en la mesa.

Sentados en la mesa, iniciamos la oración cuando noté que al llegar a la parte que dice “Jesús sé nuestro invitado” el llanto quebraba la voz de los soldados. En ese momento, los soldados estadounidenses y alemanes eran solo unos muchachos que se sentían muy lejos del hogar.

Al filo de la medianoche nos asomamos a la puerta de la cabaña para ver la Estrella de Belén. En mi país, llamamos así a Sirio, que en esa época era la estrella más resplandeciente del firmamento. Recuerdo que al verla la guerra se volvió un acontecimiento tan lejano, casi inalcanzable.

Al amanecer, la tregua pactada por mi madre, por su cuenta y riesgo seguía vigente. El norteamericano herido despertó mejor y sus amigos pudieron llevarlo consigo. Gracias a las indicaciones que los alemanes les dieron pudieron hallar el camino hacia su ejército. Mi madre les devolvió las armas a todos y cada grupo se retiró por caminos opuestos. Los seguimos con la mirada hasta que desaparecieron entre los árboles.

Luego mi madre entró en la cabaña y se puso a leer la Biblia en la parte que se habla del nacimiento de Jesús y de cómo los reyes magos llegaron hasta Belén para adorarle. Mi madre me señaló lo que leía deslizando el índice a lo largo de las líneas que dicen: “…regresaron a su país por otro camino”.

Gritz Vincken

Para compartir saludos de navidad visita : https://www.youtube.com/user/FrasesPorFiesta

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