A todos en la vida de alguna manera nos ha provocado heridas. La única medicina que existe para curar nuestras heridas se llama “Perdón”, perdonar es un proceso, es una decisión, es una determinación que liberará nuestra energía.

Todos tenemos heridas, unos leves, otros más grandes, y a veces, unas que parecen incurables, la vida es difícil. Sí, a veces vivimos situaciones extremadamente dolorosas. Sí, a veces sufrimos pérdidas irreparables, por causa de la naturaleza, por nuestra causa o por causa de otros. La opción de quedarnos enojados, deprimidos o estancados no es la mejor. La mejor es decidir recuperar los pedazos, aprender de la situación, volver a amar, volver a creer, volver a sonreír; perdonarnos y perdonar.

El no curar nuestras heridas, tiene consecuencias negativas no solo en nosotros, sino tambien en todos los que nos rodean, para ilustrar esto, aquí te compartimos un Reflexión De Superación que nos deja enseñanzas:

La Herida

Siendo niño pertenecí al Movimiento Scout. Ahí nos enseñaban entre otras cosas, la importancia de la «Buena Acción» que consistía en realizar todos los días actos generosos y nobles, como recoger algún papel en la calle y botarlo en la papelera, ayudar en la casa a lavar platos, cuidar la fauna y la flora, ayudar a alguna persona anciana o impedida a cruzar la calle, etc. Me gustaba mucho cumplir esa tarea

Un día caminaba por una calle de la cuidad y vi a un perro tirado en plena vía sin poder moverse. Estaba herido, un carro lo había atropellado y tenía rotas las dos patas traseras, los vehículos le pasaban muy de cerca y mi temor era que lo mataran porque era imposible que él solo pudiera levantarse.

Vi allí una gran oportunidad para hacer la «Buena Acción» y como buen Scout detuve el tráfico, me dispuse a rescatar al perro herido y ponerlo a salvo para entablillarle las patas. Yo nunca había entablillado a nadie, pero el «Manual Scout» decía cómo hacerlo.

Con mucho amor y entrega me acerqué, lo agarré, pero me clavó los dientes en las manos. Inmediatamente me llevaron a la Sanidad y me inyectaron contra la rabia, aunque la rabia por la mordida no se me quitó con la vacuna.

Durante mucho tiempo no entendía por qué el perro me había mordido si yo sólo quería salvarlo y no hacerle daño, no sé qué pasó y no me lo pude explicar. Yo quería ser su amigo, es más, pensaba curarlo, bañarlo, dejarlo para mí y cuidarlo mucho.

Esta fue la primera decepción que sufrí por intentar hacer el bien, no lo comprendí. Que alguien haga daño al que lo maltrata es tolerable, pero que trate mal a quien lo quiera ayudar no es aceptable.

Pasaron muchos años hasta que vi claro que el perro no me mordió, quien me mordió fue su herida; ahora sí lo entiendo perfectamente. Cuando alguien está mal, no tiene paz, está herido del alma y si recibe amor o buen trato: ¡Muerde¡ Pero él no hunde sus dientes, es su herida la que los clava.

Comprende el malestar de las personas que te rodean. Cuando alguien te grita, te ofrende, te critica o te hace daño, no lo hace porque te quiere mal sino porque está herido, está herido del alma, se siente mal o algo malo está pasando por su vida. No te defiendas ni lo critiques, más bien compréndelo, acéptalo y ayúdalo. Ahora lo entiendo.

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