¿Existen Palabras Mágicas? por Ruth K. Forinash
Era yo una niña muy descuidada. Una vez, en un solo día, rompí, al columpiarme en la mecedora, unas tijeras que había en el suelo: Trepé a un árbol y dejé entre sus ramas los bucles más bonitos de la espléndida cabellera rubia de mi mejor muñeca. Y, por último, secando los platos en la cocina, hice añicos una fuente nuevecita. Después de cada uno de aquellos desastres, me apresuraba a decir:
-¡Cuánto lo siento!
La mañana siguiente dejé el mantel hecho una lástima al derramar la leche del desayuno.
-¡Cuánto lo siento!- exclamé casi maquinalmente.
Entonces mi madre me puso en la cabeza una toalla, a modo de turbante y en la mano una varilla.
-Ya estás convertida en un hada, con tu varita mágica y todo. Ahora pronuncia diez veces tus palabras mágicas de costumbre ante esa mancha de leche.
-¡Cuánto lo siento! ¡Cuánto lo siento! ¡Cuánto lo siento!…. –repetí hasta diez veces. Mamá me miraba con dulce gravedad. El resto de la familia se divertía a mi costa.
-¿Ha desaparecido la mancha?- preguntó mi madre cuando terminé.
-No- repuse a punto de charme a llorar-. Ni desaparecerá aunque lo repita un millón de veces.
-¿Ves como no existen palabras mágicas? Es lo que te quería enseñar. Todos los “cuanto lo siento” del mundo no bastan a quitar una mancha que dos segundos de atención hubieran evitado.
No tuvo que volver a reprenderme. De cuando en cuando, a la menor señal que diera yo de empezar a descuidarme, encontraba encima de mi almohada el turbante y la varita de cristal a modo de recordatorio.
Ruth K. Forinash
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